Cuando a lo largo del verano, justo en los momentos en los que unos u otros vuelven de sus vacaciones en función de cuándo las hayan disfrutado, escucho, no ya al ciudadano de a pie sino a ¿profesionales? del estudio de la mente, de la psique como dirían los antiguos griegos, (psicólogos, psiquiatras) salir en defensa, entender, justificar y hasta jalear el, ahora tan de moda, llamado síndrome post-vacacional, no sé si reír, llorar, taparme los ojos para no ver, los oídos para no escuchar o subirme a lo más alto, a la cima más empinada del mundo y convertirme yo también en adalid de la causa, en fanático que mataría incluso si fuera necesario por defender ese principio sagrado.

En cualquier caso, lejos de ahondar ahora en este debate, prefiero, por el momento, decir tan sólo: No lo entiendo. Tal vez mi capacidad sea tan limitada que lo que resulta evidente para muchos, pueda parecer incomprensible para alguien como yo, trabajador incansable los 365 días del año. Dejémoslo en este estado. Que nadie se sienta herido ni humillado y al que así sea pido perdón.

Sin embargo, la vuelta al cole, ¡ah, la vuelta al cole!, eso sí que es algo que puede hacer tambalear, resquebrajar y destrozar hasta la mente más equilibrada del hombre más sabio entre los más sabios del universo desde su origen hasta nuestros días.

Cuando un alumno de Primaria, con una edad media de diez años, percibe en lo más hondo de su ser la inmensa, agradable, esperada y ansiada sensación, en torno al veintitantos  del mes de junio, de que al día siguiente, ¡por fin! no ha de madrugar para ir al cole y casi dos meses y medio después, en el mes de septiembre, de repente un día, sin preparación mental previa, sin calentamiento músculo-cerebral, sin un entrenamiento que lo ponga a punto y predisponga para el sacrificio, se levanta a una hora casi ya olvidada en su hábito estival y tiene que dirigir sus pasos hacia ese espantoso edificio que le recuerda a alguno de los momentos más amargos de su, hasta ahora, corta vida, entonces ¡claro que estamos ante un caso evidente de síndrome post-vacacional!

Cuando un alumno de Secundaria, con una edad media de catorce años, después de ¡más de dos meses y medio! sin dar chapa ni palo al agua, trasnochando muchos de ellos, enemigos a muerte del madrugón escolar, haciendo del juego, de la fiesta y de la inactividad mental una costumbre, un hábito y una disciplina a lo largo de al menos setenta y cinco días ininterrumpidos y, al igual que el alumno de Primaria, un día, así sin más ni más, sin que nadie le pida explicaciones, sin que pueda opinar al respecto ni justificar nada, le suena el despertador ¡horror! y oye una voz de ultratumba que le grita: ¡al cooooooole! ¿Qué imagináis que pueda padecer?

Estamos todos de acuerdo, ¿verdad? Pues digamos todos a coro: ¡Padece el síndrome post-vacacional!

Ellos sí, ellos sí tienen razón y lo demás son gaitas.

José Manuel Romero